Si algo nos deja el año que terminó es que cada nuevo día es una oportunidad para construir. Y que cada intento de cambio, por pequeño que pueda parecer, es una forma de sembrar semillas que con el tiempo germinan y crecen para permitir el nacimiento de lo nuevo.
Así, aunque los caminos cuesta arriba sean severos y tercos en su intento por minar las fuerzas de aquellos caminantes que buscan conquistar las cimas de las montañas, lo cierto es que cuando el propósito es fuerte todo obstáculo se supera.
Que en este nuevo año encontremos ese propósito común que nos permita enfrentar con energía cualquier anuncio de mal tiempo. Las tormentas, incluso aquellas que gritan con su voz de trueno y que asustan con sus descargas y violencia, no duran para siempre. Y tras las nubes negras, la luz del sol que busca renacer está a la espera.
Cuando las fuerzas parezcan debilitarse recordemos que las mejores cosas nacen de los esfuerzos solidarios. Y que en el pasado hemos demostrado que estamos en capacidad de levantarnos de las más duras caídas.
Nuestra resiliencia, que se asemeja a un árbol robusto que nunca cede a pesar de los huracanes, está en el corazón de nuestro pueblo que de forma humilde y silenciosa enfrenta toda adversidad con la fe intacta por un mañana distinto. Nuestra resiliencia está en los lazos que generamos con aquellos a quienes amamos y que nos ofrecen una brújula para no perdernos en el camino. Nuestra resiliencia está en las amistades que establecemos con quienes compartimos barrios, espacios laborales, sueños. Nuestra resiliencia está en los proyectos compartidos para ampliar el bienestar de forma extendida, en aquellos proyectos que se impulsan sin cálculos egoístas que no son más que un espejismo que lleva a creer que hay salidas individuales a las crisis sociales.
Que este nuevo año nos permita mantener el halo de esperanza que este país necesita para retomar su mejor versión. Que la gente bondadosa, solidaria, comprometida con la paz y el trabajo honesto continúen actuando fuerte en cada uno de los espacios que estén a su alcance para sembrar las semillas de ese futuro, cálido, brillante y protector que nos espera.
Este país necesita recuperar la paz y la alegría. Recuperar las calles para beneficio de los niños que juegan futbol con la esperanza de un mejor mañana. Recuperar las plazas para danzantes y diablos huma que con cada voltereta buscan espantar la sombras y los malos presagios. Recuperar la voz para que los coros de niños que cantan buenas nuevas se escuchen en cada rincón de la patria. Recuperar la luz que nos guíe desde las sombras más obscuras hasta el amanecer del nuevo día.
Que este nuevo año nos brinde la oportunidad de demostrar que el Ecuador puede salir adelante porque su gente está dispuesta a hacer mejor las cosas. A trabajar con ahínco y compromiso en cada pequeña iniciativa que nos lleve hacer realidad la idea de que un mejor país es lo que los ecuatorianos merecemos.
Procuremos, que esta invocación llegue a los oídos de quienes lideran los procesos políticos, económicos y sociales transmitiendo con fuerza nuestra exigencia de que es necesario construir nuevos liderazgos capaces de abandonar los egos y los intereses propios para cambiarlos por humildad y una real vocación de servicio público.
Que también está invocación llegue a aquellos que siembran el país con dudas y violencia, con el fin de que puedan entender que en el caos nadie gana. Todos pierden.
Que este 2024 reafirme nuestra convicción por las mejores causas.
Beto Salazar
Director Ejecutivo
Fundación Esquel