Los otros rostros de la crisis Rusia - Ucrania

Por: Humberto Salazar, Director Ejecutivo Fundación Esquel

Sobre la crisis que provoca la invasión rusa a Ucrania diversos tipos de tinta se pueden gastar. Las posiciones entonces se alinean hacia una lógica de bandos que usualmente impera en los escenarios de guerra[1], donde las posturas opuestas, apuntan sus dardos a deconstruir el relato del otro en una suerte de extensión del escenario de confrontación. Es así que, los bandos justifican hasta las contradicciones más inverosímiles apelando para esto a la fuerza de antecedentes históricos; a causas propias a un contexto particular que se impone; al resultado del funcionamiento de un sistema -usualmente siempre el opuesto al propio bando- conformado por fuerzas obscuras que impulsan la necesidad de respuesta. Así, se pretende evadir las propias responsabilidades en relación con lo actuado en el conflicto; y, por tanto, se busca alejar las consecuencias que tienen respecto de la opinión pública y cumplimiento de tratados y normas internacionales, los actos y posiciones violentas que afectan la paz y la vida humana. 

Así las cosas, en relación con el tema se torna relevante avanzar por encima de disputas ideológicas con el fin de encontrar espacio para identificar otros elementos de conflicto que dan forma a la crisis actual. 

Lo primero que salta a la vista cuando se provoca un ejercicio de pensamiento lateral en relación con la crisis, es que la guerra Rusia – Ucrania, pone en evidencia que contrariamente al espejismo que deja el desarrollo tecnológico y científico; en relación con los avances en el campo de la comunicación, la ingeniería biológica, la robótica, la investigación de las ciencias físicas y la inteligencia artificial; contrariamente a todo eso, la civilización expresa límites en términos del desarrollo de una conciencia individual y colectiva que lo aleje de la prehistoria de violencia propia a ese estado de naturaleza o barbarie que los contractualistas identificaban en los albores de la filosofía política de inicios de la modernidad. 

La barbarie en este caso no se refiere a esa acepción del concepto -muy propio a las raíces helénicas de la civilización- dirigido a poner fronteras entre lo instituido por un estatus quo como normalidad y civilidad frente a todo lo “anormal o patológico” que es propio al mundo de los extraños, de los forasteros, de los “barbaros”. Tampoco en este caso alude a aquella acepción dirigida a denotar todo lo que no se corresponde con la propia cultura; y que por tanto genera, una distinción radical con todos aquellos que quedan fuera del sistema de vida y organización social propio. La barbarie en este caso se usa como un concepto más afín a su raíz etimológica de barbaries referido a aquella comparación que destaca que el otro es semejante a una fiera, y que, por tanto, lo caracteriza la crueldad.

En efecto, uno de los elementos a destacar es que el momento actual de crisis exige cuestionar la idea de civilización desarrollada como sinónimo o resultado de la revolución científico técnica. Lejos estamos de ser una sociedad desarrollada si nuestras diferencias y disputas no las podemos procesar a través de modelos no violentos de resolución de conflictos basados en la deliberación, el diálogo y la construcción de visiones que conviertan la diversidad y la diferencia en riqueza.

Lo que demuestra la crisis, es que estamos lejos de un ideal de desarrollo donde la humanidad se aleje de su propia barbarie, es decir de su condición de fiereza y crueldad. En acuerdo con esto, el camino a recorrer es muy largo en términos de la construcción de modelos de desarrollo a escala humana. Por eso, una de las tareas que surge en este momento histórico es promover que los pueblos levanten la voz para exigir cambios de la actual gobernanza global, nacional y local en relación a donde se colocan las prioridades de los modelos de desarrollo que nos guían. Mientras esto no ocurra con la fuerza que el momento requiere cualquier tipo de loco de atar puede poner su dedo en el botón de lanzamiento de misiles nucleares y dejarnos sin historia futura que contar. En correspondencia con esto, se puede afirmar, que si algo claro nos deja esta crisis es que se revela lo frágil que es nuestro mundo. Somos como un castillo de naipes hecho de fibras de cristal.

En línea con lo comentado, este es un momento de levantar la voz para decir que nada justifica la violencia, el horror y el dolor y sufrimiento que una guerra genera sobre poblaciones inocentes. Con el advenimiento del Siglo XXI pensamos que la amenaza de los holocaustos nucleares que tanto preocupaba a las generaciones de la guerra fría era nada más que un temor que estaba confinado al exclusivo mundo de los textos de historia; sin embargo, los últimos acontecimientos nos ponen frente a frente con la posibilidad de una aniquilación de nuestra especie como resultado de confrontaciones bélicas irracionales. Es por eso, que otra de las banderas para las fuerzas humanizadoras y de cambio es abogar por el desarme nuclear. Es necesario que los ciudadanos comprometidos con visiones de desarrollo humano en equidad y justicia presionen a los gobiernos del mundo a desmantelar arsenales nucleares que ponen en peligro nuestra especie.

Ante un mundo social y humano configurado como una sociedad planetaria como destaca Morin la tarea de defensa de la paz se vuelve un elemento de alto contenido ético, cívico y de principios. Defender la paz es defender la vida. Por ello, a la bandera de defensa de una vida en equilibrio hay que sumarle programas y esfuerzos explícitos que se dirijan a trabajar en contra de la destrucción de la biosfera. Aquellos mundos distópicos propios de las producciones de Hollywood donde los cataclismos ecológicos y nucleares son las llaves que abren un mundo donde los hombres y mujeres casi desaparecen de la faz de la tierra, ante las circunstancias actuales, empiezan a tener asidero. Es dado este reconocimiento que debemos afirmar que no debemos permitir que la imaginación fatalista triunfe, se convierta en realidad y se materialice por fuera de la ficción

Hay que trabajar por construir futuros donde los otros elementos humanos de rasgo no violento se expresen. Esos que se asientan en la particularidad de los seres humanos de definirse como seres creativos, sociables, solidarios, de un ingenio y capacidad de creación insuperable. Hay que trabajar para hacer de la bondad, la calidez, la compasión, la empatía los nuevos valores sobre los que se establezcan las relaciones humanas en un sentido amplio. Hay que recuperar el valor de la ingenuidad entendida como capacidad de confiar. 

Si algo nos deja la guerra Rusia – Ucrania es que hay que fortalecer aquellos valores que nos permiten capacidad de encuentro y de convivencia pacífica y que sobre la base de estos valores es que hay que preservar nuestra vida en común, la selección de nuestros líderes y de las formas locales y globales de organización e identidad



[1] Por guerra puede entenderse también aquí la expresión de conflictos de alto nivel de disputa como los que se expresan entre distintos tipos de luchas de poder político e ideológico.

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